El espejo no miente: una reflexión sobre la autoimagen, la lencería y el amor propio

El espejo no miente: una reflexión sobre la autoimagen, la lencería y el amor propio

Cuando pensé en este título, se cruzaron muchas ideas por mi mente. Pero hay una que sigue siendo la raíz de todo lo que hoy representa mi trabajo: ¿cómo pasé de ser diseñadora de moda a crear una marca de experiencia íntima?

Siempre he sido una mente inquieta y observadora, especialmente cuando se trata de imagen. Pero más allá de eso, he sido una mujer movida por sensibilidades e historias personales. Confesar esto tal vez sea precipitado, pero lo diré igual: crecí con una fuerte creencia de ser el “patito feo” de mi familia. Y fue precisamente eso lo que me llevó al mundo del diseño: la necesidad de transformar imágenes personales, empezando por la mía.

Al comienzo pensé que sería a través de la moda —de las prendas, del espejo, del cuerpo “arreglado”— como sanaría esa herida. Y sí, en parte ha sido así. Pero no de la forma que imaginaba. No fue mi espejo el que me ayudó a verme distinta. Fueron los espejos de otras mujeres: mis clientas, mis amigas, mis familiares, todas esas con las que he compartido conversaciones profundas sobre sus cuerpos, su ropa, sus miedos y sus deseos.

Durante muchos años enfoqué mi trabajo en diseñar lencería para novias. Mujeres que estaban a punto de compartir la intimidad cotidiana con alguien más. Esa etapa, sumada a los rituales previos a la boda, abría una posibilidad rara y valiosa: la de conversar sin prisa. En RA, antes de elegir una prenda íntima, siempre había conversación. Y fue allí donde entendí lo que muchas mujeres realmente sienten al verse al espejo: inseguridad, juicio, autoexigencia, duda. Y, sobre todo, una desconexión profunda entre su cuerpo, su autoimagen y su deseo.

Esas charlas me revelaron algo fundamental: la imagen femenina ha sido moldeada por estereotipos dolorosos, inalcanzables e injustos. La cultura, a través de los medios, nos ha vendido una perfección artificial como si fuera norma, al punto que todas las que no encajamos en esos supuestos “estándares” quedamos relegadas a la imperfección. Hacemos cosas inverosímiles por encajar. Castigamos nuestros cuerpos desde una mirada mal definida como “crítica”, pero que en realidad es una forma de maltrato. Crecimos comparándonos con modelos retocadas o con ideales publicitarios que ni siquiera esas mujeres encarnan. Incluso quienes son consideradas “perfectas” han sido víctimas de ese imaginario, muchas veces a costa de su salud.

Y lo más duro: no solo esos estándares son dañinos en nuestra juventud. Con los años, cuando el cuerpo cambia y alcanzar esos ideales se vuelve más difícil, muchas mujeres experimentan desesperanza y abandono, como si fuera imposible sentirse bellas en su propia piel.

Incluso sin profundizar demasiado —porque lo haré en futuros artículos—, no podemos ignorar el peso que tiene la mirada masculina en la forma en que muchas de nosotras nos percibimos.

Frente a todo esto, no pude seguir diseñando desde la superficie. La estética utópica dejó de tener sentido para mí. Sentí que debía hacer algo más honesto con la experiencia íntima que había compartido durante años con tantas mujeres. Decidí convertirme en una voz más —pero con una perspectiva propia— que le hablara a otras mujeres sobre algo que rara vez se dice en voz alta: lo difícil que es aceptarnos y querernos tal como somos. Quise reescribir con amor la relación que tenemos con nuestra autoimagen.

Así nació mi propuesta de fotografía íntima para mujeres. Una primera invitación —de muchas que vendrán— a mirarnos distinto, a reconocernos sin filtros, sin juicios, sin exigencias externas. Con la belleza propia de lo real, lo diverso, lo que somos.

Ojalá mi voz, la voz de RA, sea un lugar valioso para que muchas mujeres se miren, se reconozcan y comiencen a transformar su mirada. Varias de las que ya han vivido esta experiencia me han hablado de lo amorosa, digna y poderosa que ha sido. No puedo prometer que sea la cura definitiva para los desafíos que enfrentamos con la autoestima. Pero sí puedo decir que es un primer paso hacia una reconstrucción más amorosa de la forma en que nos miramos.

Porque sí: el espejo no miente.
Pero la forma en que nos miramos en él… esa sí podemos cambiarla

 


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