ANA

ANA

Ana frente al espejo: una historia sobre cuerpos, creencias y belleza real.


Ana no llegó a RA buscando una foto bonita. 

Llegó con ganas de verse distinta. De reconocerse. De reconciliarse.

Ella ha sido una admiradora cercana de mi trabajo desde hace años. Hemos compartido muchas conversaciones, y en varias de ellas me habló de sus inseguridades: con su cuerpo, con su historia, con las decisiones que ha tomado respecto al amor. Detrás de cada palabra había una mujer valiente, sensible, que estaba tratando de liberarse de creencias que no eligió… pero que cargaba.

Y es que muchas veces, aunque hayamos crecido en entornos amorosos y conscientes, eso no nos libra de las narrativas sociales que modelan nuestra autoestima. Como mujeres, cargamos con un sinfín de mandatos que se cuelan en lo que pensamos de nosotras: cómo deberíamos vernos, qué deberíamos pensar, cómo deberíamos amar, vestir, elegir.

Todo eso se aprende. Y todo eso se puede desaprender.

La moda —esa herramienta poderosa de expresión que tanto amo y respeto— también ha sido usada para afinar los márgenes de lo que se considera deseable. Ha reforzado silenciosamente la idea de que solo algunas mujeres pueden sentirse bellas, mientras el resto debe corregirse, esconderse, transformarse. Y cuando no encajamos, nos decimos cosas terribles frente al espejo. Cosas que muchas veces no son nuestras.

¿De verdad no somos suficientes… o simplemente aprendimos a pensarlo así?

La experiencia RA no busca resolver todos esos nudos internos en una sola sesión. Pero sí es una invitación a mirarte desde otro lugar. A verte con justicia. A verte con ternura.

Y a guardar ese momento en imágenes que no fueron creadas para mostrarse, sino para atesorarse.

Cuando Ana se vio, algo cambió. No porque no se hubiera visto antes, sino porque esta vez la imagen le devolvió una versión suya sin filtros, sin juicios, sin correcciones. Solo ella, así como es.

Y eso, para muchas de nosotras, ya es una forma de empezar a sanar.

Estas imágenes se comparten con la autorización explícita de Ana, como un gesto de amor propio y generosidad hacia otras mujeres que quizás hoy necesiten recordar que no están solas.

 





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